Los últimos rehenes del telón de acero

Cada vez que se agudiza el conflicto entre Rusia y Ucrania, crecen las tensiones entre la población de las pequeñas repúblicas bálticas y la minoría de origen ruso que reside allí

Fortaleza de Ivangorod, a orilla del río Narva, Rusia.
Fortaleza de Ivangorod, a orilla del río Narva, Rusia. M.J.M

“Pass the ball!” El césped es escaso y la portería ha sido improvisada con un taburete a cada lado. Pero eso no preocupa a este grupo de jóvenes, entre los 12 y los 14 años, que se juntan los domingos por la tarde para jugar al fútbol en un pequeño descampado rodeado de bloques de edificios grises de estilo soviético. Aunque todos son del mismo barrio, situado en la zona oriental de Riga, Letonia, la comunicación no siempre es fácil: algunos tienen como idioma materno el letón y otros el ruso. A veces, uno de los jóvenes intenta hacer la traducción. Hoy, la conversación se hace en inglés.

 

“Aquí el inglés no tiene carga ideológica, es neutral. Por eso, se utiliza cada vez más cuando hay dificultades de comunicación”, observa Frederiks Ozols, periodista en la Televisión de Letonia, cuyo hermano menor suele participar en el partido dominguero.

En la pequeña república báltica, el idioma es todavía hoy uno de los factores que más fomenta divisiones entre la población letona y la comunidad que usa el ruso como lengua franca. Hace más de 25 años que las tropas soviéticas abandonaron los estados bálticos. Pero, en su mayoría, la población de habla rusa se quedó. Hoy, a medida que crece el conflicto latente entre los tres estados bálticos y Rusia, aumentan también las tensiones entre la población local y los cientos de miles de habitantes que se instalaron allí durante el dominio soviético y sus descendientes. Junto a la frontera con el gigante vecino, donde se concentra la minoría rusa, los temores de convulsiones al estilo de Ucrania son aún más evidentes.

La ciudad más rusa de la UE

Tan sólo el estrecho lecho de un río separa el castillo medieval de Narva y la prominente fortaleza de Ivangorod. Las dos construcciones son las principales atracciones de ambas ciudades, pero de un lado ondea la bandera de la pequeña república de Estonia y al otro lado serpentea la del país más grande del mundo, Rusia.

Situada en el extremo oriental de Europa, Narva está más cerca de San Petersburgo que de Tallin, la capital de Estonia. Pero la proximidad a Rusia no es sólo geográfica. Aquí el 95% de la población tiene el ruso como lengua materna. Sin embargo, el alfabeto cirílico no abunda en el espacio público, ya que las placas en las calles están todas en estonio, el único idioma oficial.

A pesar de tener madre rusa, Kristina Kallas, la directora de la Facultad de Narva, se considera estoniana y, por eso, aquí es ella la minoría. De semblante serio, incluso cuando sonríe, la académica refiere como principal obstáculo a la convivencia la “segregación geográfica” que divide a las dos comunidades. Tanto en Estonia como en Letonia, la población rusa (alrededor del 30% de la población) está concentrada en las regiones este, junto a la frontera, mientras en las capitales –Tallinn y Riga– los ruso étnicos son prácticamente la mitad de la población.

Kallas encabeza el recién creado partido Estonia 200, que se prepara para concurrir por primera vez a las elecciones legislativas que tendrán lugar el próximo año. Para fomentar la integración de las dos comunidades, no tiene dudas: “Es necesario abolir la división en las escuelas. Hoy los niños frecuentan una enseñanza diferente según la lengua que se habla en casa. Queremos acabar con esta separación”.

Es necesario abolir la división en las escuelas. Hoy los niños frecuentan una enseñanza diferente según la lengua que se habla en casa

Recorriendo las calles de Narva, el legado soviético sigue hoy bien visible. Con cuatro o cinco pisos, los edificios que dominan el paisaje local mantienen el gris con el que fueron edificados, en la década de 50, después de que la ciudad fuera prácticamente destruida durante la segunda guerra mundial. El trágico episodio ayuda a explicar la actual composición demográfica de Narva: antes de la ofensiva soviética, en 1944, su población fue totalmente evacuada. “Terminado el conflicto, los antiguos vecinos no fueron autorizados a regresar, siendo la mayoría de la población traída desde fuera, algunos procedentes de zonas tan lejanas como los montes Urales”, cuenta Tatjana, natural de la ciudad.

 

La reconstrucción tenía que ser rápida porque había la necesidad de casas para los nuevos habitantes, en particular los miles que trabajaban en la fábrica textil Kreenholm, en tiempos la más grande de Europa. Hoy, los edificios de la antigua industria están abandonados. En ruinas, el antiguo complejo fabril refleja el declive que se abatió sobre la tercera ciudad de Estonia, que sigue perdiendo habitantes año tras año. El deterioro, cree Tatjana, está relacionado con la falta de inversión en la ciudad. “Nos sentimos abandonados, como si fuéramos ciudadanos de segunda”, explica.

En Letonia, la sensación entre la comunidad ruso étnica es similar. “Estamos aislados dentro del país donde vivimos”, acusa Alexander Kuzmin, miembro de la Comisión de Derechos Humanos, que se dedica a la defensa de la minoría de origen ruso que reside en el país. Le preocupa en particular la situación de los llamados no ciudadanos: cientos de miles de personas que siguen sin acceso a la ciudadanía letona por no dominar el idioma.

La sombra del Kremlin

El trato dado a las minorías rusas en Estonia y Letonia es una de las principales armas arrojadizas utilizadas por los medios de comunicación con sede en Moscú contra los países vecinos, que acusan de rusofobia. Esta semana, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, recordó la situación de los apátridas en los Estados Bálticos, pocos días después de que Vladimir Putin volviera a manifestar todo hará para “proteger los derechos de los compatriotas que viven fuera de Rusia”.

 
 

Desde que estalló el conflicto armado entre Ucrania y los rebeldes separatistas pro-rusos en el este del país, en los tres estados bálticos se propaga el temor de que un enfrentamiento semejante pueda alcanzar la región. La pertenencia a la UE y a la OTAN (desde 2004) no es suficiente para tranquilizarlos. Por eso, Estonia y Letonia suelen ser los países que condenan de forma más contundente la “agresión rusa” en Crimea y Donbass.

Sin embargo, el escenario junto al Mar Báltico es distinto del que se vive en Ucrania. “Los rusos de Estonia no tienen interés en unirse a Rusia”, cree Kristina Kallas. Asumiendo que las divisiones entre las dos comunidades son “aún mayores hoy que en los tiempos de la Unión Soviética”, la responsable considera que la minoría rusa en Estonia está principalmente interesada en “ganar poder y derechos”. Stefano Braghiroli, investigador de la Universidad de Tartu, en Estonia, también rechaza el carácter separatista de la comunidad: “La mayoría de los rusos que viven aquí piensan en Estonia como su casa. Pueden criticar al Gobierno, pero no quieren vivir en Rusia, porque los estándares de vida en los Estados bálticos son superiores”. El propio Alexander Kuzmin subraya que a pesar de que el “sentimiento de desánimo” dentro de la comunidad ruso étnica es fuerte, estos desean sobre todo ser tratados con “igualdad” dentro de una Letonia independiente.

“Moscú ve claramente a la minoría lingüística como un activo, hasta qué punto conseguirá utilizar ese activo es otra cuestión”

Pero si la hipótesis de un conflicto “a la ucraniana” es baja, el consenso generalizado es que Moscú quiere instrumentalizar a la minoría rusa que reside en los bálticos. Kallas no tiene dudas: “Sabemos que el Kremlin puede utilizar a la población rusa para lanzar un mensaje y desestabilizar”. Braghiroli tiene la misma opinión: “Moscú ve claramente a la minoría lingüística como un activo”. Sin embargo, “hasta qué punto conseguirá utilizar ese activo es otra cuestión”, añade el académico, especialista en relaciones UE-Rusia.

 

Mārtiņš Kaprāns, investigador en Sociología en la Universidad de Letonia, resta valor a la capacidad movilizadora de la retórica pro-rusa. “No creo que haya un impacto directo de los canales de televisión de Moscú en la comunidad rusa”, afirma. “Hemos hecho un estudio en la comunidad para establecer el grado de apoyo a Rusia con relación a la situación que se vive en Ucrania y la mayoría de los encuestados, un 40%, afirmó no apoyar a ninguno de los lados. Si hubiera un impacto real de la retorica del Kremlin, creo que el apoyo directo a Rusia debería ser más grande”, concluye.

El pasado en el presente

En las tensiones entre las dos comunidades, la lectura del pasado sigue jugando un papel fundamental. Dependiendo de quién habla, el Ejército Rojo puede ser visto como libertador o como opresor.

Deportada letonas.
Deportada letonas

“Hay un negativismo en relación a la comunidad rusa porque esta comunidad fue creada durante la ocupación soviética y esos son los tiempos más negros que podemos recordar”, admite Kristina Kallas. La migración masiva ocurrida durante los casi 50 años de dominio soviético se ha sentido como un tsunami: “Los rusos pasaron de representar el 5% de la población al 35%”, señala, y añade que no logra vislumbrar aún una reconciliación entre las dos comunidades: “Será muy difícil porque los rusos que viven en Estonia no aceptan el relato de que el Ejército Rojo fue asesino porque ellos vinieron aquí con ese ejército. Sería admitir que ellos formaron parte de un régimen criminal y que su presencia es ilegal”.

 

Para la comunidad ruso étnica la lectura de la historia reciente es bastante diferente. “El relato oficial dice que los países bálticos fueron ocupados por dos sistemas totalitarios, nazi y soviético. Pero no es correcto equiparar la represión de esos dos regímenes”, argumenta Alexander Kuzmin. En el período que siguió a la muerte de Stalin, hubo progreso: “Era un régimen no democrático, pero a un nivel diferente: muchas de las personas que fueron deportadas pudieron regresar”, señala el activista, lamentando que en Letonia se quiera olvidar todo el legado soviético.

Muy cerca de donde transcurre la entrevista, se alza el edificio que alberga la Academia de Ciencias de Letonia, cuya arquitectura recuerda a las famosas siete hermanas de Moscú. Aunque poco apreciado por los letones, el imponente edificio sigue destacándose en el horizonte de Riga, señalando como la herencia soviética sigue presente en el país.

 

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